POBREZA
La semana pasada, estuve en el Hospital de Bellvitge, en Barcelona. Lo que parecía una revisión regular, se convirtió en un día cargado de novedades. Efectivamente, se inició el preoperatorio para colocarme la válvula gástrica, también se confirmó que, del sistema respiratorio y de la fuerza de las extremidades, estoy perfectamente. Y me dieron una noticia o aclaración sobre mi dolencia, muy valiosa para mí: el problema de equilibrio, no es tal. Es descoordinación. Se trata de caer en la cuenta de que, si me caigo, es porque las órdenes de mi cerebro (debido a la enfermedad), tardan una fracción de segundo más de lo normal a recibirse y, en movimientos rápidos de las piernas y con esa tardanza, se produce la caída. Es decir, como si estuviera falto de reflejos (y de pericia). Al fin y el cabo, el resultado es el mismo, pero ahora sé que me pasa y a qué atenerme: hacer los movimientos comprometidos, con más tiento. Más lentamente. Algo difícil para una persona como yo, que ha si