FIN DE CICLO
Saludos
desde Menorca, desde donde os deseo feliz año nuevo.
Como
decía en la anterior publicación, aprecio mucho más las cosas ínfimas y gratuitas,
como un abrazo. Me he dado cuenta de que, en la actualidad, doy más abrazos.
He
hecho una lista de patologías que sufro, a causa de la enfermedad, para mi
familia, pero lo he mostrado a mi psicólogo y mi fisioterapeuta. Detallo las
dolencias y los sentimientos y sensaciones que me producen. Los profesionales
de la salud, a quienes les he mostrado esa lista, me dicen que es una buena
idea para mí y los míos.
Me
sorprendo a mí mismo de no perder el ánimo, por ese cuadro de sufrimientos y
limitaciones.
Pero,
en realidad, también me he dado cuenta de que mis necesidades de comunicación
con el mundo que me rodea, son escasas, porque no necesito luchar, intentar o
discutir por un tema o trabajo, dado que tengo mi vida resuelta, estoy jubilado
y tengo la secretaria más efectiva que existe, lo que reduce mis necesidades.
Me
indigno con la falta de respeto que la gente muestra conmigo o bien andando o
circulando en triciclo. El otro día, estaba llegando a casa con el triciclo y
una señora me quiso adelantar con su coche, en una calle de dirección única y
estrecha, porque sólo cabe un coche en el carril que forma la calle y me golpeó
la bicicleta. Claro, al no poder hablar, no pude comunicarme con ella y preguntarle
qué había pasado. Lo dijo todo ella sin esperar respuesta y se marchó, pero
bastó para decirme que pensaba que era una bicicleta normal y cuando me
adelantaba vio que no. Me salvó de una caída el triciclo porque no cae con
facilidad; ya me veía en el duro asfalto, golpeado.
Por
otro lado, los coches, circulando y estando yo en una rotonda, quieren meterse
sin respetar mi preferencia y tengo que frenar cuando cruzo el círculo que
regula el tráfico.
O
andando en mi caminador por el paso de cebra, tampoco me respetan y tengo que
parar yo. No es siempre, pero no debería pasar nunca.
En
cambio, hay mucha gente que me ayuda espontáneamente para abrir una puerta,
ayudar a cruzar o facilitándome el paso. Sobre todo, si es por una caída. Y yo
acepto esa ayuda, venga de donde venga.
Están
en casa mi hija que vive en Málaga con su familia, para pasar la Navidad.
Disfruto mucho de su presencia. También ha venido mi hijo menor, que vive en
Barcelona, a pasar las vacaciones navideñas.
Ahora
hace frio en la mañana temprano y al anochecer, pero en las horas centrales del
día, luce el sol.
Es
agradable hacer actividades, como la Universidad para mayores, que consiste en
conferencias de diversa temática a cargo de entendidos en ese tema. Son dos
clases a la semana, de dos horas de duración, que incluye coloquio y son para
personas de más de cincuenta cinco años. La mayoría estamos jubilados y somos
de aquí. En invierno, se nota que solo quedamos por la isla, los naturales de
Menorca y los residentes de todo el año.
Nuestra
roqueta (apelativo cariñoso de Menorca: significa roca menuda), sufre el
embate de la tramontana, porque no tiene defensas naturales al norte, como le
pasa a Mallorca o a las Pitiusas. El menorquín siempre ha construido sus casas
aisladas a resguardo del fuerte viento del norte, situando su entrada en el
sur. Pero si llega una tormenta fuerte del sur (cosa muy rara), las casas
cercanas al mar, sufren destrozos considerables por su orientación.
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BAHAÍS
DE IRAN. -
Siempre
tengo presentes a mis hermanos en la fe, de Irán, porque las autoridades han
decidido no dejar en paz a mis correligionarios y están siempre sin resuello,
por la presión, encarcelamiento o persecución del régimen de los sacerdotes.
Imaginaros, casi 300.000 bahá’is son constantemente instigados por la policía
de la moral. ¿Un país que utiliza las fuerzas represoras en contra de
una comunidad pacífica e indefensa, qué rédito encontrará? Ninguno, excepto los
patrimonios que les pueden robar. Las fuerzas del orden pierden el tiempo en
ese cometido y podrían utilizar sus esfuerzos en perseguir a los auténticos
delincuentes. En realidad, es que el régimen, se esfuerza en mantenerse en el
poder y prefiere encarcelar a los enemigos del islam (bahá’is,
activistas de D.D.H.H., periodistas que informan de los abusos del gobierno,
activistas del lema: mujer, vida y libertad). Durante las revueltas a
causa del asesinato de la joven kurda, han ajusticiado a más de una decena de
personas (que se sepa) y encerrado a más de 20.000 personas, para reprimir ese
movimiento.
Por
eso, cada día, en mis oraciones, pido a Dios clemencia para ellos.
Cuando
entro en mi cama, en ese primer momento que disfrutas mucho de estar arropado,
confortado y cálido, me acuerdo de mis hermanos en la Fe, encarcelados, porque
ellos no pueden disfrutar como yo de este confort que tenemos cualquiera, ya
que no tienen cama ni mantas y muy apretados en su celda, en el que permanecen
una docena de personas, que sólo era para dos.
Además
de recordar a mis allegados en la Fe, aprovecho para explicar que la Comunidad
Bahá’i de todo el mundo, constituimos el grupo humano organizado más diverso,
porque procedemos de todas la religiones, lenguas y culturas de toda la
Tierra.
No
aceptamos dinero que no sea de bahá’is declarados, para mantener nuestro
sistema de creencias libre de presiones o corrupción externa. Pero hemos
conseguido dotarnos de un gran patrimonio sagrado (templos, propiedades de la
familia de nuestro Fundador y un complejo y completo centro mundial en Haifa
(Israel).
Traigo
aquí una apuesta que acepté hace muchos años, cuando trabajaba en una gestoría y
mi jefe decidió informatizar los procesos de esa oficina. Contrató a unos
programadores y estuvieron algunas semanas trabajando y viviendo en Ciutadella.
Como curiosidad, diré que el ordenador que instalaron y su cabida, siendo un
cajón completo, ahora su capacidad cabe en un pen drive, o lápiz de memoria.
Me
fui haciendo amigo de esos informáticos y un día salió el tema de la Fe Bahá’i.
Uno de ellos, me conminaba a dejar de aportar a la tesorería bahá’i y un día
surgió la apuesta: si dejaba de contribuir a mi religión, en menos de seis
meses, me abrían echado. Acepté la apuesta y rápidamente comuniqué mi deseo de
cancelar mi orden bancaria por el que colaboraba económicamente a la marcha de
mi religión en España y no di ninguna explicación, pero guardaba en el banco el
importe regular que aportaba cada mes.
La
parte que le correspondía al programador, era que, si no me habían expulsado en
seis meses, él pagaría el doble de lo que yo aportaba mensualmente.
Durante
ese medio año, iba informando a mi amigo de las novedades que hubiera. Él
pensaba que me expulsarían rápidamente, en cambio, fui nombrado para un puesto
de responsabilidad, al formar parte de un comité nacional.
Pasaron
los seis meses, sin novedad y sin que me hubieran expulsado, le
comuniqué este hecho y él aceptó su derrota. Y me pidió la cuenta de la
tesorería para ingresar el doble del importe que yo aportaba.
Finalmente,
le dije que no podemos aceptar su dinero y le expliqué el motivo.
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Mi
infancia me lleva muchos recuerdos, como cuando aprendí a montar en bicicleta, o
cuando llevaba o recogía la comida de la panadería donde la horneaban, pero no
era una idea original de mi madre, porque había muchas personas esperando para
lo mismo, en esa época que en casa alguna tenía horno doméstico.
Me
parece que puedo imaginar y sentir el gusto repelente que tenía la leche en
polvo, que nos daban en el colegio y que era obligatorio. Mi madre me daba un
papelito que contenía cola-cao y me hacía más pasable la ingestión de esa
asquerosa leche. Y algunas veces, conseguía escabullirme.
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En
mis tiempos que montaba en bicicleta de montaña, hice dos veces la senda que te
lleva a Sierra Nevada, pasando por Trevélez, el pueblo habitado más alto de
Europa. Está a 1.500 metros de altitud.
Una
vez, ya hace mucho tiempo (más de 20 años), viajamos con mi padre y mi amigo
Lluis y su hijo Enric, que permanecían en la furgoneta. Los ciclistas éramos
Diego, Carlos y yo. No me puedo olvidar del frío que pasamos en la noche en el
hostal. Teníamos suficientes mantas, pero no podías sacar la nariz y para ir al
lavabo era quedarse congelado.
Otro
incidente que ocurrió es que los ciclistas tardamos demasiado a llegar al
pueblo y tenía un móvil muy sencillo, pero muy moderno en ese tiempo, que no
tenía cobertura y no podíamos avisar que íbamos retrasados. Es que, a nosotros,
se nos hizo de noche y no teníamos buenas luces. Recuerdo perfectamente que
cuando avistamos el pueblo desde una posición alta, era como ver un belén con
sus luces en la oscuridad.
Mientras
tanto, los de la furgoneta (espoleados por mi padre), estaban en el hostal y
muy nerviosos por nuestra tardanza.
Pero
todo acabó bien, afortunadamente, y cenamos muy bien.
En
otra ocasión que fuimos a Trevélez, fue muchos años después y éramos dos de mis
hermanos y un amigo (Fel). Fuimos los cuatro y alquilamos las bicicletas y decidimos
ascender al Mulhacén (más de 3.400 metros). Pasamos la noche en Trevélez y al
día siguiente iniciamos la marcha hacia la montaña más alta de la península
ibérica. Pudimos pasar porque era verano, porque en invierno, es imposible
atravesar. Imaginaros lo difícil que era nuestra ascensión en bicicleta: existe
un mirador de Trevelez, a medio camino de la subida, donde puedes ver muy bien
el pueblo, pero muy lejano.
Recibimos
mala información del guarda del parque de Sierra Nevada y no pudimos llegar a
la cima, pero llegamos al Veleta (3394 m), donde están sujetos los enganches de
las remontadoras de las pistas de esquí. Tardamos muchas horas y pasamos frio a
pesar de estar en agosto, porque llegamos a más de 3.000 metros de altitud. La
bajada de la montaña fue una gozada: más de 50 kilómetros cuesta abajo y sin
frio.
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Esta
es la última publicación de este año y el final de la tercera etapa de este
blog. El año que viene, en que iniciaré la cuarta etapa, variaré mucho la
frecuencia. No publicaré en un día concreto. Cuando tenga algo que valga la
pena contar, lo haré.
Recibid
un fuerte abrazo de mi parte y recordad: si tenéis una dificultad grave en la
vida, acordaros de los bahá’is de Irán encarcelados o de las victimas de la
guerra entre Hamás e Israel.
¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!
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