ANDADOR
Creo que es una virtud, saber
encontrar alternativas en tu camino de la vida. Pero, en mi caso, las opciones
de que dispongo, las realizo en el momento preciso.
Dejé de conducir, a pesar de
tener permiso para hacerlo, recientemente renovado, para tranquilidad de mi familia;
dejé de montar en moto, cuando me caí con ella. Este año he tenido muchas
caídas en la calle y en casa y con la bici no pude montar casi nada, sólo dos
salidas. Pero después, vi que era motivo de preocupación para los míos y para
mí también: había perdido la confianza. La alternativa ha sido el triciclo (aunque
todavía casi no lo utilizo, porque no lo controlo. También es cierto que, con
este calor, no apetece).
Cuando vi que había llegado el
momento de utilizar bastón, lo compré (al día siguiente a mi aparatosa caída en
el funeral).
Los desplomes han continuado.
Pero antes de que mi mujer comenzara a hablar de un andador (una ayuda para la
marcha), ya había comenzado a indagar en internet y tenía una selección.
Cuando salía de clase de
rehabilitación, la semana pasada, acudió a mi mente esa idea de adquirir el
andador, en el instante que me hiciera falta. Pero ese momento llegó
rápidamente.
No habían pasado cinco minutos y
ya me había caído dos veces en la calle, en menos de cien metros, a pesar del
bastón. (Y esta mañana, muy temprano, cuando venía de tomar el café con un
amigo -Bernat- del bar a escasos metros de casa, me he vuelto a caer, bajando
de la acera).
Comprendí que esa idea de la
ayuda a la marcha, tenía que hacerla realidad. Y el mismo día, encargué el
andador que había elegido.
He empeorado mucho de mi
movilidad. Ya dije que la cocina, es el peor lugar de la casa para una persona en
mi estado, porque -inevitablemente- realizas muchos giros y ésos son complicados
para mí. Pero aprendo y aprenderé más, a ser lento y consciente de mis
movimientos. Hasta parecer un Perezoso (el animal que tiene el nombre y
adjetivo principal, exactamente iguales). Pero creo que también llegaré a ser
un poco taciturno.
Sentado no me pasaría nada. Pero
sería inútil. Me tendrían que atender. En cambio, sigo realizando muchas
labores en la casa y en la cocina.
Y todavía soy autónomo. No
necesito ayuda para vestirme, alimentarme o ducharme.
Mantengo el ánimo. Me ayuda,
estos días, tener en casa, a mi hija y a mis dos nietos andaluces. Son muy divertidos
y tienen a mi mujer entretenida. Porque no puedo ayudarle mucho con los niños (bueno,
Elia ya tiene 6 años y me entiendo con ella a través de una aplicación del
móvil) por seguridad, no puedo llevar en brazos a un bebé de 10 meses. Sobre a todo,
a Nil; porque es muy inquieto; es como un remolino. Pero es muy simpático,
hasta el punto de que, no creo que su primera palabra, sea mama o papa, como es
habitual, sino que será hola. Hace caso y sonríe a todo el mundo. (como en la
foto.)
Es como su madre y ella es como
yo. Cuando la veo realizando muchas tareas, tan rápidamente, recuerdo tiempos
pretéritos.
Volviendo al andador, después de
las dos caídas de ese día, tenía magullada la cabeza, ambos codos, las nalgas y
dolorido el pecho. Y una contusión en el dedo pulgar de la mano derecha, con lo
cual estaba prácticamente inutilizada (pero ejercitar la izquierda, menos
hábil, es muy conveniente). Con todo ese bagaje, la necesidad del andador, era evidente.
RELATO
Hace más de cinco décadas, los
niños que acudíamos al Centro católico San Miguel y que completábamos el curso
de catequesis, éramos recompensados con una acampada de verano. El lugar
elegido, tenía (y todavía tiene) una playa preciosa de aguas cristalinas y
arena blanca, pero el campamento estaba a merced del sol, al no existir más que
matorral bajo y encinas “baby”. Sólo la zona de comedor, estaba provisto de un
toldo grande para acaparar la suficiente sombra al comer.
Al llegar, el primer día, sólo
cenamos y nos fuimos a la cama. Al día siguiente, al acudir a la zona donde
comíamos, pensé “nadie ha limpiado mi plato” al verlo sucio de la cena
anterior. Mi mente infantil, todavía no había entendido de que tenía ciertas
obligaciones que cumplir y no valoraba, suficientemente, la labor de mi madre,
en casa.
No solamente se nos exigía
limpiar el plato, sino colaborar en las faenas del campamento.
Aparentemente, la más dura, era
acarrear agua del predio, distante más de dos kilómetros, a pie y con un carro
de mano, lleno de bidones, pero cuando me tocaba esa labor, me ponía contento.
Al contrario de la dura apariencia, contenía un estupendo premio.
Solíamos ser 3 o 4 niños de mi
edad (unos 10 años, tenía), que conducíamos el carro, bajo un sol de justicia,
por un camino de tierra y con muchas rocas en él -una constante en esa zona-.
En el tramo de ida, el carro brincaba en esos salientes y los bidones, vacíos,
casi quedaban por el camino. El polvo de la senda, era abundante, rojizo y muy
fino. Al llegar, parecíamos “pieles rojas”.
Conocíamos bien nuestra labor.
Poníamos en marcha el motor del pozo y surgía un chorro grandioso de agua fría,
muy buena y con mucha presión. Llenábamos los bidones, sin necesidad de cuidado
de no derramar el agua, porque íbamos provistos de nuestro traje de baño.
Cuando habíamos completado
nuestra tarea, venía el momento de nuestra recompensa.
Antes de desconectar el motor,
nos colocábamos bajo el chorro de agua fría y abundante. Esa combinación de
desprenderse del polvo y el calor del camino, era una delicia mayúscula. No
importaba que casi nos dolía, de la vigorosa presión y que, durante un
instante, no podíamos ver a nuestros compañeros. Tampoco pensábamos en el
momento del regreso, en que volveríamos a quedar sudorosos y polvorientos.
Esa agua fría y maravillosa, nos
transportaba, por un momento, hacia mundos placenteros. Su recuerdo es
inolvidable.
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Mi madre, tiene 85 años y pasa el
día en el Centro de día del Geriátrico. Tiene mucho dolor en las articulaciones
y casi no anda. Cada vez, menos. Se niega a realizar los ejercicios que se
practican allí. Ha entrado en un círculo vicioso, por el cual, al no moverse,
al cuerpo le duele más cuando realiza algún movimiento, a pesar de los medicamentos
(si se moviera, aun con dolor, entraría en un proceso de recuperación) y, en
cambio, entra en un estado de deformación (tiene mucha barriga, las heridas no
se le curan por el azúcar, tiene los pies hinchados, no puede valerse por ella
misma…), hasta su colapso y muerte. Rezo por ella, cada mañana, para que Dios,
retrase ese día. Aunque se lo expliques, ella no atiende (también porque tiene
un nivel de demencia senil, cada vez más evidente).
El mundo en que vivimos, ha
entrado en este círculo vicioso; tiene gran paralelismo con lo que le pasa a mi
madre. Porque ante las evidencias del gran cambio climático, que se nos avecina
que, por cierto, fue silenciado durante décadas, por un sistema de control y de
negación en los medios de comunicación, actuamos como mi madre: al aumentar el
calor, reducimos los grados en el termostato de nuestros aires acondicionados y
éstos, al expeler progresivamente a la atmosfera, el gas refrigerante y, por
tanto, más calentamiento, entramos en un asunto que se realimenta. Pero sólo es
una de las causas, de las muchas que sufre nuestra atmósfera, hasta que llegue
a su colapso. Y, a pesar de las advertencias, -como mi madre- no hacemos caso.
Un experto en clima, ha llegado a
decir, que este verano, será el más fresco del resto de nuestra vida.
DEBEMOS colaborar, cada uno de nosotros, realizando una
buena utilización de la energía, gestionar correctamente nuestros residuos y
imbuir a nuestros congéneres de esa necesidad. Sería como el medicamento a
nuestra enfermedad y ceguera.
Y no pensemos que nuestra labor a
favor del clima es ínfima. En realidad, es imprescindible.
Nuestra situación, evidentemente
peligrosa, ahora, puede ser modificada, si sumamos todas esas pequeñas
acciones.
¡¡Salvemos a la Tierra!! y nos
salvaremos a nosotros y a todos los seres vivos, que habitan en ella.
Una fuerte abrazo Climent. Que disfrutes con esos pequeñines tan dinámicos; con tu andador y con tus recuerdos. Que repitas las caídas. Y paciencia con las magulladuras que ya has tenido. Que no se repitan.
ResponderEliminarHola Climent, hace dos o tres meses escribí algo en tu blog, pero cuando lo tenía escrito, no sé cómo, pero se me borró y no pude enviarlo. En este último que has escrito, me he encantado tu nieto Nil: es precioso y parece lleno de vitalidad. Disfrútalo a tope, mientras Dios te lo permita!
ResponderEliminarRecuerdo que habías comentado hace dos o tres meses, que habías aprendido a descubrir en las personas por qué algunas se sentían les gustaba llamar la atención, y que era porque no se les valoraba suficiente. Te hice algún comentario sobre esto y otras cosas que contabas, y me gustaría tener esa sensibilidad para descubrirlo, así como otras cosas. Fue esto lo que perdí. Montse y yo hace unas semanas que hemos pasado el COVID, unos 7 u 8 días. Y además ha coincidido con la ola de calor. Ha sido un tormento y no sabíamos dónde meternos. Ahora ya parece que ya estamos bien. Estamos pasando tiempos difíciles, por supuesto unos más que otros. Eso lo sabes tú mucho mejor que nadie.
Me alegro mucho de poder comunicarme contigo mediante el blog y espero que tus experiencias te sean de provecho en el camino de la vida que te ha tocado vivir.
Un abrazo muy grande y recuerdos a toda tu familia.