BASTÓN
Pero con esa enésima caída, me resolví.
¡Ojalá lo hubiera utilizado
antes! ¡Hace un mes que lo utilizo y no me he caído!
El bastón satisface tres
funciones: primero, mayor seguridad; segundo, un recordatorio para mí (para ir
despacio); y el tercero, que la gente, en la calle, vea que estoy incapacitado,
a pesar de mi buen aspecto (a veces me han dicho que, si no lo menciono, nadie
diría que tengo una enfermedad grave).
Es que, si te cruzas a alguien en
una acera estrecha, hay que bajarse de la misma, y eso es comprometido para mí.
Con la muleta, la gente ve que estoy impedido y no me obligan a bajar del borde.
Por cierto, he comprobado que, en
Ciutadella, el 95% de los pasos de peatones que hay en el pueblo, tienen rampa
en cada lado de la acera.
Hace unos días, en casa, me caí de bruces (en casa, no utilizo el bastón). Los brazos no los pude utilizar, porque se quedaron enredados en el sofá o no me dio tiempo. Di con la parte lateral de la cara en el suelo, de forma que deformé y me clavé las gafas. Me hice un corte junto a la ceja, pero los míos me curaron y esa noche, el dolor, no me impidió dormir bien.
Al día siguiente, casi no me
dolía.
Y mi mujer dijo: “las caídas no
pueden contigo” 😊
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Di palabra de hablar de la
cultura musulmana y de los motivos de que mis hermanos en la Fe, sean
perseguidos, encarcelados, asesinados y sus haciendas embargadas.
Irán es, desde el año 1979, una
república islámica, a través de una revolución protagonizada por el difunto
Jomeini. Hoy en día, es uno de los más estrictos regímenes políticos, dominado
por la rama chiita. Una de las dos principales sectas del islam. La otra, es la
sunnita, la más numerosa.
Para explicar los motivos de las
tribulaciones que sufren los bahá’is de ese país, he preferido utilizar
palabras del erudito bahá’i, Nader Saiedi, de su libro LA PUERTA DEL CORAZON:
Mientras Occidente experimentaba el auge de una cultura racionalizadora y del racionalismo a la que se denomina modernidad, el mundo Islámico se veía dominado por una cultura tradicionalista, que define las viejas costumbres como hechos sagrados, eternamente válidos e inalterables, y por ello opuestos al cambio y al progreso.
Los escritos y creencias bahá’is,
revisan de forma radical las concepciones tradicionales de la religión y de la
identidad religiosa, para proponer una perspectiva espiritual del mundo de temple
dinámico, histórico y orientado hacia el progreso y la comunicación.
Los dirigentes religiosos
musulmanes, en Irán, insisten en su
adhesión a la viejas tradiciones y rituales rechazando cualquier forma de saber
que proceda de los “infieles”, inferiores.
Por supuesto, la modernidad no
significa necesariamente rechazo de toda tradición, pero sí entraña un examen
racional y deliberado de ésta con arreglo a criterios coherentes y universales.
Un proceso que puede llevar a la retención selectiva de aquellos aspectos de la
tradición que favorezcan el progreso y los principios morales universales.
En el islam, la tesis estática de
la ultimidad o “fin de la historia” actúa como resorte profundo del
tradicionalismo, lo que permite rechazar categóricamente todo lo que sea
moderno y, por definición, herético.
El freno a la vitalidad y
creatividad socioeconómicas agrava los problemas sociales y económicos de las
naciones musulmanas.
Incluso el islam modernizador,
pese a ser más progresivo que el tradicionalismo militante, permanece preso de
los mismos presupuestos tradicionalistas sobre el carácter último de la
Revelación islámica y sobre el carácter eterno e inalterable de la ley
religiosa.
El discurso bahá’i, ofrece una
solución novedosa a la parálisis cultural y espiritual del islam. Es un enfoque
dinámico con el que se aborda la verdad y pone en tela de juicio todas las
formas de tradicionalismo. Al explicar que la revelación divina -pasada,
presente y futura-se produce en un continuo proceso cíclico y progresivo.
A este proceso, lo llamamos Revelación Progresiva. Por el que se postula una sola religión -la religión de Dios- por la cual todas la revelaciones anteriores, actuales y futuras, son etapas de la misma Revelación Divina.
Y claro, al exponer principios como la igualdad de ambos sexos, la unión de la ciencia y la religión, la resolución espiritual de los problemas económicos, el diálogo con todas las religiones, la eliminación de todo tipo de prejuicio y derribando la jerarquía personal, bien pagada, por la colegiada, gratuita; la Fe Bahá’i, desmonta el poder y las ventajas de la clase religiosa que, durante siglos, han ostentado ese dominio, convirtiéndolo en un privilegio para el cuerpo de clérigos. Por cierto, siempre varones.
De modo que, los bahá’is de Persia
y su discurso, son una amenaza para esos sacerdotes, que ven peligrar la perdida
de sus prerrogativas.
Esa es la motivación y no otra, la que mueve al gobierno de Irán, a encabezar la persecución de los bahá’is de esa nación y la de los países satélites, como Yemen.
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RELATO
Mi
casa paterna, estaba (y está), en la vía más amplia de mi pueblo. Sigue siendo
la más ancha (porque ocupa el espacio de las derribadas murallas), pero, hoy en
día, es también la avenida con más tráfico rodado.
Pero
hace más de 50 años, no había tráfico. Apenas pasaban algunos coches al día. Y
yo era un niño.
A
la vuelta de la esquina donde habitábamos, a no más de 50 metros, había un
“arader”, en castellano, aperador. Oficio casi extinguido, pero no aquí.
Todavía existe el taller en los bajos de un edificio de pisos, que tienen mi
edad. Su dueño actual, es maestro artesano.
En
la época a que me refería, el aperador que trabajaba la madera, elaboraba las
herramientas para el campo, barreras para predios, incluso carros de los que
eran tirados por cuadrúpedos. Actualmente, no se hacen carretas, pero se sigue
elaborando barreras de madera y utillaje para el campo. El ingrediente
principal era (y es) la madera tratada. Para que el estado de los troncos (o
grandes ramas) de olivo o de acebuche, sea óptimo, tiene que secarse dos años
mínimo.
En
el taller, existía (y existe), aparte de la materia prima, muchos pertrechos
para realizar el trabajo, incluida una sierra sin fin.
De
niño, nuestro campo de juego, era la calle. Jugábamos a la comba, a fútbol, a
canicas o a tenis.
Un
día, enfrente del taller del aperador, depositaron un tronco de grandes
dimensiones, sobre todo de anchura. Supongo que estaba esperando el momento
para ser aserrado.
Lo
colocaron en el asfalto, en la pendiente fluvial de la calle, de forma que la
acera, hacía de cuña y lo inmovilizaba. Y estuvo mucho tiempo allí, de forma
que, con mis amigos de infancia, vimos una buena ocasión para jugar.
Lo
hacíamos rodar, entre todos, hacia el centro de la calle y, cuando lo
soltábamos, la inercia, lo devolvía al bordillo de la acera, donde se detenía.
Pero
a mí, se me ocurrió, introducir una variante al juego: parar el tronco desde la
acera. Y ese tronco debía superar la media tonelada.
Mis
amigos lo dejaron rodar hacia el borde y yo quería detenerlo. Y claro, no lo
detuve, era demasiado peso. Pero con el intento, mis manos de niño se
resquebrajaron y todos los dedos, sufrieron una gran contractura.
Mi
padre me llevó a Ramón el masajista. Era un fisioterapeuta aficionado, que me
compuso todos los huesos, volviéndolos a dejar en su lugar usual. Recuerdo el
hombre y la casa, pero no el dolor.
El
hijo del masajista, continuó la labor de su padre y su nieto, también. Pero
éste último ya es fisioterapeuta diplomado.
También
recuerdo el remedio: introducir las manos, varias veces al día, en un
recipiente con agua muy caliente, al que se añade vinagre y sal. Cuando más
caliente pudiera soportar, mejor. Todavía mi mente, retiene el olor de esa mezcla.
Y he recomendado este remedio muchas veces, sobre todo, a mis hijos.
“(…) el mérito del hombre reside
en el servicio y la virtud, no en el fausto de la opulencia y las riquezas (…).
Guardaos de la ociosidad y la pereza y sujetaos a los que beneficie a la
humanidad” (Escritos bahá’is).
Prueba. Mucha gente dice que no pueden poner comentarios
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