21.09.2021
Hoy, quiero recordar el optimismo de Nil Riudavets, joven triatleta de
Menorca, promesa malograda. Por una fracción de segundo, perdió la movilidad de
su brazo, en una carrera en Barcelona. En mayo se cumplieron dos años. Fue debido
a un encontronazo, mientras competía con la bicicleta.
Es amigo de mi hijo pequeño, como consecuencia de todas las carreras de
triatlón que habían hecho juntos. Nil siempre superaba a Albert.
He sabido por un amigo, que es compañero de trabajo de Nil, que él no se
rinde y hace numerosas sesiones de rehabilitación, con el objetivo de recuperar
el movimiento de su brazo. Mis mejores deseos y todos los ánimos que quepan en
este escrito, para que pueda alcanzar su meta. Por cierto, en dos o tres
semanas, si Dios quiere, nacerá mi nuevo nieto. Y le llamarán Nil.
Estas fotos de hoy, representa una imagen que va pareja con la de Menorca:
la pared seca, estilo menorquín. Ha servido y sirve para muchísimas cosas.
Entre ellas, delimitar propiedades y tipos de cultivo del campo, proveer de
refugio de la Tramontana a cultivos y animales. Y según mi parecer, hay una involuntaria:
hacer acopio de las piedras depositadas en la tierra. Efectivamente, hay 11.000
kms. de pared seca, que no cabrían si se extendieran nuevamente (Menorca tiene
unos 700 Kms. cuadrados). Y esa maravilla, me gusta pensar, es debido a la
solidaridad de la gente del campo, que generación tras generación, han ido
ganando a la tierra esas piedras y colocadas en la pared seca. En este mundo
moderno, es impensable una tarea titánica como esa. ¡Ay Menorca! Me encanta ser
de aquí. 😊
Volviendo a mi enfermedad, estos días me da vueltas por la cabeza, una
idea: no poder hablar no es tan malo. Sobre todo, si antes habías hecho uso de
la lengua, en demasía. Doy por sentada la diferencia con una persona que, de
nacimiento, nunca ha podido hablar.
En mi religión, se tiene como peligrosa a nuestra lengua, porque es fuente
de murmuración y de empleo en exceso. He estado reflexionando sobre esta
situación por la que paso, y veo que no todo son desventajas: no pierdo tiempo
repitiendo obviedades, no critico (cuesta mucho escribirlo…), he comenzado a
disfrutar del silencio y no es imprescindible, para vivir.
Y mientras tanto, sigo deleitándome de mis paseos en bicicleta, a pesar de
mis caídas: cuanto más peligro existe, más concentrado y consciente soy… o me
bajo de la bici. 😊
Como el sábado. Otra vez en La Vall. Gocé de descender la pendiente del
Forn de Calç (Horno de Cal); denominación que debe a la presencia de vestigios
de algunos de estos antiguos hornos. Son unos tres kilómetros deslizándose
velozmente de forma callada, silencio que se ve alterado, solamente, por el
rodar de la bicicleta y el trino de los pájaros, a través de una zona muy
boscosa y frondosa, donde casi no llega el sol. Esta combinación, hace que
desprenda un olor característico, muy placentero.
Aunque el sendero forestal tiene casi tres metros de anchura media, tienes
que conformarte con solo unos escasos 80 centímetros, debido a que la maleza ha
crecido en el centro de la ruta, por el desuso, y sólo puedes utilizar el
angosto espacio que queda. Con el agradable y suave roce de los abrojos, matas,
ramas o hojas.
Es una experiencia encantadora, mágica, en la que te sientes plenamente
vivo y consciente.
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