11.05.2021

 

En este momento de mi vida, evito el agobio y procuro disfrutar de lo que puedo hacer. Entre otras cosas, la bicicleta de montaña. Soy afortunado; considero que Dios se apiadó de mí: sigo saboreando de mis salidas al campo en bicicleta de montaña, deporte en el que me inicié hace muchos años (hoy en día, la bicicleta es eléctrica), sólo o acompañado (con la pandemia, el grupo se ha reducido mucho: está formado sólo por dos hermanos míos y un par de amigos). Cuando voy sólo, evito la dificultad y además el peligro (Menorca tiene casi 200 kms. de senderos de costa, con vistas espectaculares, pero con tramos difíciles) y suelo ir con frecuencia a mi “templo natural”. Nosotros, le llamamos La Vall (el valle). Se trata de un paraje natural, con protección oficial (ANEI). Tiene propietario, pero dispone de acceso libre a las tres playas vírgenes existentes. Asimismo, se puede circular, en bicicleta o andando, por una infinidad de caminos y senderos. Seguramente, en La Vall, habita una de las masas forestales más importantes de Menorca. Sobre todo, de pinos y encinas. Dicen que es el “pulmón de la isla”. En este lugar, encuentro el silencio, la paz y la belleza, que facilitan mis meditaciones y oraciones, elevando mi espíritu. Hace más de 50 años, que disfruto de ese emplazamiento y de la armonía del contacto con la naturaleza, desde niño con mis padres. De acampadas sencillas, de ser el primero en bañarse en una playa preciosa, de pescar y de apreciar la vida natural. Hoy en día, todo esto no es posible o muy difícil, pero sigue siendo, para mí, un lugar especial, casi sagrado, donde disfruto de la fragancia de sus árboles, de sus incomparables paisajes y quedo absorto observando el vuelo de las grandes aves, que anidan en sus acantilados.

En esta ocasión, he querido incluir algunas fotos del lugar que describo.






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