01.06.2021

 



Soy seguidor de un sabio persa, que justo este año hace 100 que murió; se llamaba Abdu’l-Bahá y decía (en otras palabras) que cuando estés tan deprimido, dolorido o enfadado, hasta tal punto, que tu ser no sepa encontrar la liberación y la paz, ni en la oración sincera; debes buscar a alguien a quien hacer feliz y dedicar tu tiempo, tu descanso y tu talento, a otro. De esta forma tu espíritu disolverá tu infelicidad.

Es una buena meta. Aunque los beneficiados sean los más próximos a ti: tus padres, tu pareja, tus hijos, tus amigos. Pero es más loable no limitarse.

Esta filosofía, es congruente con un libro de desarrollo personal, que recuerdo haber leído, que afirma que el nivel básico en el camino de nuestro perfeccionamiento, es cuando estamos compadeciéndonos, protestando y culpando a los demás de nuestros problemas. Algunos se quedan toda la vida en este estadio; los que lo superan, avanzan. Posteriormente, ya no hay límites.

Y una buena compañía, en este progreso es, insisto, el mindfulness, la conciencia plena. Llegar a darse cuenta de que, si a los sufrimientos y problemas que conlleva la vida, le añadimos enfado, angustia, desánimo o tristeza, lo que estamos haciendo es SUMAR aspectos negativos. Es como “tirar piedras al propio tejado”, precisamente, en esto consiste la depresión: una estrategia personal de desánimo, donde nuestra mente (y ella no es nuestra esencia ni nuestra realidad), ha decidido condenarse a la amargura.

En cambio, el mindfulness te enseña que no puedes permitir que las emociones dolorosas y el sufrimiento ocupen TODO el espacio. Hay más vida, tras los problemas.

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